Tormentos.

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Tormentos.

La noción del vuelo al paraíso apenas si se desliza de mi boca, tocando la superficie del aire como si fuera una nube hecha de tus pensamientos. Sopla, sopla calmada y acorazada palma de dolor, que agitas y desvías mis miramientos, y no por desconsuelo, sino por el desenlace del ultimátum que ha anidado, sin un rumbo, en tu mente que hace nada más que herir; y hiere, y duele, y carcome como el mar despelleja las poderosas rocas del arrecife.

De un torpe zarpazo se desata la tormenta del avecinado horizonte, donde la turbulenta noche se amasa y pronto desatará el toque de queda que me ha aislado de tus futuros pensamientos; y lloro, aunque no sea de noche, pues conozco el dolor que vendrá con aquellas punzadas de longeva tristeza. Y serás para siempre el candor de una luna que jamás fue, que a pesar de navegar en silencio, jamás mostrará su fatigado rostro a mi nublada vista por la espesa penumbra que nos separa.

Y ahí estás, calmada ciruela de amargura inevitable, que corroes con el pasar de la mirada, como si fueras el toqueteo del reloj y el inexorable tiempo, que aunque callas y no dices palabra, esos ojos acaramelados expresan amores desentendidos, de una apasionada fragua que jamás cesará de arder a pesar de no poseer fuego en su interior.

No te dejes llevar por la sorna del exteriorizado cuerpo de un incorpóreo pensamiento, de una naufraga idea que jamás tocó el madero de un muelle, que se perdió en los inevitables mares del ayer, y allí, en el pasado, persiste en una belicosa tormenta donde permanecerá por la eternidad. No lo hagas, permanece cercano a mí aunque la luz de la inteligencia contradiga a la sombra de la repetida estupidez, pues aunque razonable, la luz a veces contradice al corazón.

Emana, llora con la fuerza de los soles que desembocan sus tripas como el chorro desenfrenado de una huerta disecada; llora, desborda esa pasión que ha permanecido atada al dique que la posee con celos; llora, sufre con el corazón explayado entre las manos, ensangrentadas tal como están que, aunque rojas, llevarán el color del verdadero color de tu alma que por tantos años ha permanecido en un arrullo ininteligible por hacer silencio cuando el silencio no era necesario.

[[Todos los derechos reservados Pablo Andrés Wunderlich Padilla © 2016]]

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